Real de Catorce y la Vía Láctea - Noche Estelar
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Real de Catorce y la Vía Láctea

Desde que era una niña escuchaba el nombre Vía Láctea y me parecía mágica. Cuando supe que era una galaxia, un conjunto de estrellas, gas y polvo, me pareció más misterioso aún. Y tenía ese sentimiento porque leía en mis libros de texto que la galaxia en la que vivimos es del tipo espiral, que tiene un hoyo negro en su centro, que mide 163 mil años luz de largo y el diámetro de la esfera central es de menos de 7 años luz, y que tiene miles de millones de estrellas incluyendo nuestro Sol que está en uno de los brazos de la espiral. Sin embargo, nunca la había podido ver en la bóveda celeste hasta hace un mes.

Durante muchos años la idea de ver la Vía Láctea como luce en las fotos era una meta cuando salía de vacaciones. Ya tenía claro que nunca la podría ver en Cuernavaca. Así que a veces las vacaciones se volvían un constante buscar el cielo más oscuro para mirar hacia arriba y buscar esa mancha luminosa blanca que cruza la bóveda celeste aproximadamente de Norte a Sur. Nunca ocurrió. Recuerdo con emoción una vez en Barra de Potosí que creí que la veía: después me dí cuenta que no podría ser. El pacífico está al oeste y la Vía Láctea se ve justo al extremo opuesto.

A principios de agosto fuimos a una boda en Real de Catorce, en San Luis Potosí. Un amigo de mi esposo se casó en el desierto, el lugar donde se enamoró de su hoy esposa. El desierto es también un lugar que quería conocer. Así que en esa aventura se conjuntaron dos deseos: un lugar exótico con un cielo oscuro. Llegar a Real de Catorce no es sencillo, son muchas horas de viaje y no hay un aeropuerto cerca. En esta ocasión decidimos viajar en autobús.

Yo nací, crecí y he vivido casi todo el tiempo en Cuernavaca. Un lugar verde lleno de flores. Conforme avanzas hacia el norte de la República Mexicana la vegetación empieza a cambiar. Se va haciendo cada vez más café, los árboles empiezan a escasear, los arbustos hacen su aparición. Sigues en el camino y de repente ya no hay verde, hay piedras, arena y cactáceas. Ni una sombrita. Qué bonito es el ecosistema del desierto, tan frágil, tan peculiar, minimalista. Biznagas, nopales, chaparros, huizaches, lagartijas, pájaros, colibríes, tunas.

Nos hospedamos en una muy aventurera cabaña en la comunidad de Los Catorce. Esta comunidad se encuentra en una cuenca. Es un lugar donde el agua de la montaña se filtra por las rocas y aparece como ojos de agua. La comunidad es un pequeño oasis. Desde aquí pude ver la majestuosidad de la Vía Láctea.

Cuando empieza a caer la tarde parece que nunca se va a hacer de noche. El cielo se empieza a poner de un color azul cada vez más intenso hasta que un largo rato después de que el último rayo de sol tocó las montañas empiezan a aparecer las primeras estrellas. Hasta aquí todo es normal. Igual que en mi ciudad. Conforme la noche avanza, la cantidad de estrellas que pueblan la bóveda crece y crece. Fue para mi un cielo irreconocible por tres razones. La primera porque en Cuernavaca en agosto generalmente llueve y está nublado y entonces no conozco la configuración de la bóveda en esta época simplemente porque no se ve. La segunda porque olvidé un mapa estelar y la tercera porque no había red de datos así que el GPS de mi celular no funcionaba y por lo tanto las aplicaciones como SkyView no tenían servicio. Dadas las circunstancias me imaginé a Galileo en 1610 con su telescopio mirando la Vía Láctea maravillado por lo que había ahí y seguramente ansioso como yo de saber qué era lo que veía.

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La Vía Láctea desde Los Catorce. Crédito: Edna Galindo.

Hasta el día de hoy la forma espiral que se le atribuye a la Vía Láctea está basada en observaciones de otras galaxias y comparaciones que se han hecho con la idea de poder inferir su forma. Esencialmente lo que se hace es contar estrellas por regiones, al hacer esto es posible entonces conocer la densidad de la nube que se está observando y generar un mapa de densidades de esa región. Lo que hoy en día se sabe de nuestra galaxia es que tiene: una protuberancia galáctica central donde se hospeda un agujero negro; un disco galáctico con dos zonas llamadas disco delgado joven y disco delgado viejo. En estos discos es en donde se encuentran las zonas de formación estelar, es decir, las regiones en donde en el pasado hubo a su vez otras estrellas que cuando murieron dejaron remanentes de elementos pesados que son los que formarán las nuevas estrellas. A estas zonas se les conoce como nubes protoestelares. El Sol es parte del disco joven y se sabe que se localiza aproximadamente a unos 98 años luz arriba del plano medio de la galaxia. Además se sabe que la mayor parte de la materia que compone nuestra galaxia es lo que se conoce como materia oscura, es decir, un tipo de materia que no interactúa con los fotones y por lo tanto no la vemos. Nuestra galaxia es parte de un conjunto de galaxias cercanas llamado Grupo Local. En el grupo local se encuentran alrededor de 30 galaxias. Algunas de ellas son famosas porque se pueden ver desde la Tierra, a veces a simple vista, como Andrómeda o las Nubes de Magallanes (desde el hemisferio sur). Nuestra galaxia y Andrómeda se están aproximando una a la otra a una velocidad de 428,400 km/h, como 870 veces la velocidad de un avión comercial. Se calcula que colisionarán en aproximadamente 6 mil millones de años formando una nueva galaxia gigante del tipo espiral. No hay porqué preocuparse. Se estima que al Sol le restan unos 5,000 millones de años, la vida humana tiene un promedio de 86 años, así que es muy probable que la estrella que nos mantiene con vida en este planeta se muera antes de que Andrómeda y la Vía Láctea se encuentren.

No deja de llamarme la atención lo breve de nuestra existencia en este universo. Lo frágil de nuestra vida y lo ínfimo de nuestro tamaño comparado con lo que hay allá en el cosmos. Es por eso que cada día me maravillo más de esta maquinaria que nos permite respirar y vivir. De esta Tierra que sobrevive muy a pesar de la humanidad y del equilibrio perfecto que guardan los seres animados e inanimados que la pueblan. Cada día que transcurre es una oportunidad para mirar al cielo nocturno y contemplarlo y saber que esas lucecitas lejanas que cintilan son muy probablemente estrellas que pertenecen a nuestra galaxia: la Vía Láctea.

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